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Tiempo: Sol, aunque niebla por la mañana.
Un día bien de locos y, como cualquier día que se precie de tener ese adjetivo empezó bien pronto, justo antes del amanecer.
Todo estaba planeado al milímetro para salir con el coche hacia el aeropuerto de Queenstown para recoger el coche sobre las 10 de la mañana. Tal y como había quedado con David nos levantaríamos para desayunar y a las 8:30 saldríamos con el coche. Antes me despedí de cada uno de los chicos que iban a trabajar y de Gabi y... en ese punto estuvo la clave de lo que sucedería después y es que en esa casa compartida tienen dos coches, uno para ir al trabajo y otro para el que se queda en casa, por si se necesita,. Ellos cogieron los dos coches. Yo me di cuenta pero, sabiendo que todos sabían mi situación, creí que era lo normal y que luego alguien volvería con el coche para que, David y yo, saliéramos hacia Queenstown. Aunque estuve a poco de preguntar, por si las moscas, pero no lo hice ya que justo diez minutos después, cuando David se despertó, le comenté la situación y le pregunté si era lo normal. Su contestación me dejó helado: -,No. Y ¿Cómo vamos a ir a Queenstown?
En ese momento yo me lo tomé con calma porque David les avisó del error por mensaje y creía que alguien volvería con el coche; pero fueron pasando los minutos y no fue así... no entendía nada y el tiempo seguía corriendo a mi contra.
Al final y cuando ya estábamos en pleno desayuno David me dijo que nadie volvería y que teníamos que pensar un plan B... pero ¿qué plan B si la única manera de llegar a Queenstown a tiempo era con el coche? La distancia de 60 kilómetros y subidas y bajadas hacían imposible que llegara a tiempo con la bici. Además, que ese día mi cuerpo no podía recorrer esa distancia con esos nervios y pocas ganas y aún seguía sin creerme que en caso de emergencia no pudieran dejar de trabajar por 15 minutos y dejarnos como estaba previsto el coche.
David me sugirió que llamáramos a la casa de coches de relocation y dijera que iba a llegar tarde. Así lo hize y me dieron tiempo para el siguiente paso. La siguiente decisión la tomó David cuando me pagó un billete para el autobús para poder llegar hasta Queenstown. Ya más tranquilo empecé a pedalear para llegar hasta el pueblo situado a 10 kilómetros de ahí. Una vez allí cogí el autobús y, al cabo de una hora, me planté en el aeropuerto.
Entré a la consigna, me dieron el coche y, al ver que hacía buen tiempo, quería quitarme el estrés con bellos paisajes, empecé a recorrer el sur de Queenstown para llegar a Te Arnau. Una bella localidad que está situada en el inicio del parque natural más grande y bello de nueva Zelanda: Fiordland. Lo malo es que había recorrido 177 kilómetros y debía deshacer toda esa distancia para volver de nuevo a Queenstown.
Era tarde y se me hizo de noche de tanto trayecto y, justo ese momento es cuando me di cuenta que estaba de nuevo en Cromwell, con lo que pensé en darles una sorpresa a los chicos y que se quedaran tranquilos viendo que, al final, todo había acabado bien y yo tenía el coche.
Entré en su casa y me extrañó ver el silencio que se produjo y que no hubiera nadie que se alegrara por mi llegada con lo que supuse que habían tenido algún problema que yo no entendía. Como vi que el horno no estaba para bollos, intenté regalar un poco de mi positivismo y energía para hacerles saber que si las cosas acaban bien no hay de qué preocuparse y que por mí estaba todo el tema olvidado.
Brindamos con vino y después me fui a dormir, ya que tenía un sueño que me moría.
Pertenece al diario: La vuelta al mundo
02 / 05 / 15